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Ante la emergencia climática

Fernando Prats. Arquitecto urbanista, miembro del Foro Transiciones y coautor de ‘La Gran Encrucijada. Sobre la crisis ecosocial y el cambio de ciclo histórico’, reflexiona en este artículo sobre la crisis ecológica y climática que atenaza el Planeta de manera extrema desde hace ya tiempo. Por ello, el autor considera necesaria la declaración de emergencia climática para abordar el problema desde la magnitud que se merece.

 

 

Muchas personas están sufriendo. Muchas están muriendo. Ecosistemas enteros están desapareciendo. Estamos al comienzo de una extinción masiva. Y, sin embargo, ustedes solo son capaces de hablar de dinero y de contar cuentos de hadas sobre un supuesto eterno crecimiento económico ¿Cómo se atreven? Greta Thumberg en la Cumbre del Clima de N. York.

 

Siberia, Alaska, Groenlandia, el Amazonas, África y, a nuestra escala, el litoral Mediterráneo. Lo cierto es que los recientes eventos extremos en dichos territorios confirman que la crisis ecológica y climática se recrudece y que, como insisten los científicos, es imprescindible impulsar cambios sin precedentes para tratar de evitar los peores escenarios de una desestabilización global de los sistemas vitales del planeta.

 

          Incendio en Porto Velho en Brasil; septiembre 2019. Bruno Kelly (Reuters).

 

Conscientes de la gravedad de la situación y coincidiendo con la Cumbre de Nueva York, una miríada de organizaciones con fuerte presencia de la juventud han protagonizado con éxito la primera Huelga Mundial por el Clima para reclamar la Declaración del Estado de Emergencia Climática y exigir que su aplicación contemple medidas excepcionales con las que hacer frente a una amenaza de auténtico ecocidio impulsado por la crisis climática y de la biodiversidad. Sin embargo, las elites mundiales siguen eludiendo abordar en toda su dimensión los desafíos que afrontamos, muy singularmente en su relación con las lógicas socieconómicas vigentes y la espinosa cuestión de las desigualdades ecosociales.

Efectivamente, no es razonable seguir ignorando la interrelación existente entre el clima, la energía y una economía basada en la acumulación de capital y el consumo ilimitados, ya que los procesos de calentamiento global se relacionan con el desbordamiento de los límites biofísicos de un planeta finito y la correspondiente quema de combustibles fósiles que, además de acercarse a su declive productivo, no pueden ser sustituidos “a la par” por energías renovables. Sin embargo, el relato dominante sigue manteniendo la quimera de que los avances técnico-científicos permitirán compatibilizar los paradigmas del crecimiento ilimitado con los objetivos de “cero emisiones” climáticas y la salvaguardia de la biodiversidad.

Tampoco parece de recibo eludir la gravedad de las desigualdades ecosociales, inter-vivos y con las generaciones futuras, con relación a la apropiación de márgenes vitales crecientemente desbordados (por ejemplo, la emisión de carbono en la atmósfera) y que tales situaciones no se van a poder resolver igualando “por arriba” la huella ecológica de todas las personas. Por ello, como apuntan muchos de las convocantes a la huelga, la implementación de un marco legal sobre “límites admisibles” y una potente fiscalidad al carbono tienen todo el sentido para luchar contra tal desbordamiento, recaudar fondos imprescindibles y defender principios elementales de justicia climática.

España es especialmente sensible al cambio climático. Sus emisiones de gases de efecto invernadero han sido las más altas de la Unión Europea entre 1990 y 2014, tiene una fuerte dependencia de combustibles fósiles mayoritariamente procedentes del exterior, a la vez que sus características geográficas la convierten en uno de los países climáticamente más vulnerables del continente.

Gota fría sobre el litoral mediterráneo en septiembre 2019. Meteorihuela.

 

Por todo ello, la Declaración del Estado de Emergencia Climática que el Congreso ha solicitado recientemente al Gobierno, constituye una excelente oportunidad para tomar en consideración una serie de cuestiones clave, profundizando sobre las propuestas de la ministra Teresa Ribera sobre las transiciones energéticas y climáticas.

Descarbonización plena en 2040/50. Ese objetivo requiere una “transición fuerte” que contemple la reducción de la demanda energética (en torno al 50/60%) y la generalización de energías renovables a través de la progresiva electrificación de las redes y la potenciación de los recursos locales (viento, agua, geotermia, biocombustibles, etc.). Lógicamente, la aplicación de tales criterios debería proyectarse prioritariamente sobre los complejos empresariales, instituciones y ciudades con mayor carga energética/climática, lo que permitiría conseguir resultados significativos en poco tiempo.

Adaptación al cambio climático antes de mediados de siglo. La trascendencia de los efectos del cambio climático sobre amplias zonas de la Península requiere culminar urgentemente el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático para anticiparse al aumento de eventos extremos, a las alteraciones en los sistemas de montaña, los bosques, el agua, el suelo, muy especialmente el litoral o a la creciente desertización y pérdida de biodiversidad y calidad edafológica de partes importante del territorio. El país debería finalizar la elaboración de los programas de territoriales y sectoriales clave en el próximo quinquenio.

El 37% del territorio tiene peligro de desertización muy alta, alta o media. MAPA.

 

 Despliegue de ciudades y territorios sostenibles. La desconexión con la naturaleza ha transformado las ciudades en auténticos sumideros de energía y todo tipo de recursos, cada vez más aisladas de unos entornos territoriales degradados a meros lugares de extracción, monocultivo y vertido. Ante un futuro en el que la energía será escasa y cara, las logísticas de larga distancia excepcionales y el cambio climático una realidad inevitable, es necesario recuperar conceptos como biorregión y resiliencia, a partir de los cuales los territorios -el mundo rural, las ciudades y los entornos naturales/litorales- configuren sistemas de convivencia ecosocialmente equilibrados en los que la adaptación al cambio, la proximidad y la circularidad cobren pleno sentido.

Alternativas sostenibles para los más afectados. Inevitablemente, el binomio crisis/transiciones va a generar profundas transformaciones en diversos sectores y territorios en los que será imprescindible desplegar proyectos de reintegración socioeconómica. Además de las inversiones y empleo relacionados con la transición energética (más de 236.000 millones de euros  de inversión y de 300.000 empleos (2021/2030) según estimaciones oficiales) lo cierto es que en torno a conceptos tales como la biomímesis, la adaptación a la biocapacidad, las energías renovables, la agroecología y el cambio de dietas, la optimización de los recursos/servicios ambientales, la preservación de la fertilidad del suelo, la reforestación,  las biorregiones y las ecociudades, se abre un nuevo mundo de oportunidades que han de ser formuladas y procesadas con urgencia.

Estado de excepcionalidad para afrontar las transiciones. Esta cuestión suele constituir la asignatura pendiente de las estrategias que no asumen que las transiciones ecosociales requieren cambios profundos que afectan a nuestras lógicas de vida y necesitan poner en pie nuevos acuerdos sociales. A partir de una sociedad bien informada sobre la situación, se apuntan cuatro temáticas clave a abordar: 1) la organización de  redes capaces de articular iniciativas, desde la Presidencia del Gobierno hasta las acciones locales descentralizadas;  2) la disposición de  competencias  suficientes para implementar líneas de acción en entidades de alto impacto energético y climático (por ejemplo, la cadena energía/clima como sector estratégico); 3) la instrumentación de sistemas presupuestarios, fiscales y financieros capaces de movilizar recursos extraordinarios en costes y plazos adecuados; y 4) la generación de procedimientos que garanticen que las transiciones se acometen  desde principios de democracia, transparencia, justicia solidaria y bajo la tutela de instituciones públicas garantes del bien común.

No conviene minusvalorar la dimensión de los cambios que comporta afrontar la emergencia climática o considerar que su instrumentación puede resolverse legislando desde “arriba”. La experiencia apunta a que tales desafíos solo se podrán abordar en toda su amplitud si mayorías sociales bien informadas llegan a asumirlo como un auténtico Reto/Proyecto de País propio y lo proyectan en un amplio Acuerdo Político, Social y Territorial para avanzar hacia una sociedad más justa y compatible con los límites ecológicos del planeta.

Manifestación de la Huelga contra el Clima en Barcelona. El País 28.09.2019

Hoy, tal aspiración parece una quimera, pero no debe de subestimarse la energía liberada por el avance de la propia crisis y la vitalidad con la que movimientos como el feminismo, el ecologismo o los derechos humanos (también los de “los otros” y los de las próximas generaciones) están desplegando nuevos referentes y horizontes de un futuro en el que, aunque nos resistamos a reconocerlo, nos estamos jugando la vida tal y como la conocemos.

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