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Miradas Urbanas

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Transformaciones urbanas para la socialización del cuidado

El presente texto es un resumen del ensayo editado en México “Transformaciones urbanas para la socialización del cuidado” publicado en la versión digital del documento “De las urbes existentes a las ciudades cuidadoras. Seminario: Ciudad habitable para todas y todos. Ensayos 2019-2022 coordinada por Mariana Sánchez y Javier Delgado.  El texto es de Celia Elizabeth Caracheo Miguel,  y ha sido publicado en el número 51 de la edición en papel de Ciudad Sostenible.

Las tareas reproductivas a lo largo de la historia se han segregado al espacio privado o doméstico, mientras que las labores productivas tenían sentido en el ámbito público. Esta situación prevalece en la actualidad y enmarca la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad, de tal suerte que se normaliza que quienes asumen el rol de cuidadores (mayoritariamente mujeres) permanezcan al margen de la vida social en el espacio público.

Las labores de cuidado, por lo tanto, no son valoradas ni reconocidas en el espacio urbano, y existe una fuerte separación entre hogar y trabajo. Las labores de cuidado marcan el desarrollo del ser humano, quien a lo largo de la vida es un ente dependiente (en la niñez, la enfermedad o la vejez). A partir de estas ideas, en este ensayo se resalta el papel del diseño y la planeación de los espacios en la ciudad como integradores del rol de las mujeres como cuidadoras, que les permitan un desarrollo integral en todos los sentidos (familiar, laboral, profesional, político y cultural).

El diseño de las ciudades ha promovido la separación del ámbito reproductivo con el productivo, a través de la segregación de funciones. Un ejemplo muy claro es el suburbio estadounidense, donde se perpetúa la idea de que las cosas públicas son de responsabilidad común, comunitaria,  mientras que las cosas que acontecen en el espacio doméstico se quedan en el ámbito de lo privado y, por lo tanto, se siguen reproduciendo jerarquías y desigualdades basadas en el género (Valdivia, 2018).

La vida cotidiana en las calles ha ido perdiendo relevancia y ha contribuido a reducir el dinamismo comercial urbano, la localización de equipamientos y servicios públicos, los espacios de juego y de ocio, etc.

Sobre la definición de cuidados

En la literatura existen diversas concepciones sobre el término de cuidados. Por ejemplo, en el texto del Observatorio de Salud de las Mujeres (OSM) se rescatan algunas que trascienden las tradicionales:

  • “Los cuidados son una necesidad multidimensional de todas las personas en todos los momentos del ciclo vital, aunque en distintos grados, dimensiones y formas. Constituyen la necesidad más básica y cotidiana que permiten la sostenibilidad de la vida” (Izquierdo, 2003, en osm, 2009: 20).
  • “Por cuidados podemos entender la gestión y el mantenimiento cotidiano de la vida y de la salud. Presenta una doble dimensión: ‘material-corporal’, e ‘inmaterial-afectiva’ (Esecé, 2005; Pérez Orozco, 2006, en osm, 2009: 20).
  • “El cuidado es el conjunto de actividades y el uso de recursos para lograr que la vida de cada persona esté basada en la vigencia de los derechos humanos. Prioritariamente, el derecho a la vida en primera persona” (Lagarde, 2003, en osm, 2009: 20).

De las tres definiciones anteriores se rescata el hecho de que los cuidados refieren a todas aquellas actividades que contribuyen a mantener la vida de los individuos en todo su ciclo de vida, que incluye acciones de salud, su gestión y mantenimiento en lo cotidiano, velando por el derecho a la vida con una fuerte carga afectiva.

Los cuidados en la ciudad (niñez, vejez y salud)

Camarena (2017), desde una visión económica, comenta que en la actualidad los cuidados en la ciudad se han encarecido debido a que estos ya no se asumen personal o grupalmente, lo que abre un mercado de servicios especializados; es decir, que el Estado no asume su responsabilidad y los sujetos con las necesidades de cuidado tienen que recurrir a este mercado que va en aumento.

Pero ¿qué ocurre para quienes no pueden pagar este tipo de servicios? Según la autora, se revela un alarmante proceso de descuido de la vida, de pérdida de talentos, de fuerza social o del sentido que tuviera el proyecto urbano general. Por lo tanto, los equipamientos y servicios de salud, educación, alimentación, transporte y seguridad serán pieza clave en las labores de cuidado. No obstante, es evidente que hay una deficiente dotación y distribución, además de una mala calidad, de los mismos en la ciudad, que se observa en la dificultad de acceso para todos los sectores de la población.

No existen, por lo tanto, políticas de apoyo a los cuidados para niños, ancianos y de salud básicos en el contexto de la ciudad, que se materializan, en el largo plazo, en la fragmentación de las relaciones sociales. Esto puede conllevar obstáculos y tendencias negativas para la adecuada integración de los individuos y, a la vez, traducirse en una mala calidad de vida.

Es clara una fuerte diversidad de necesidades entre los dos principales grupos de la sociedad (niños y ancianos) que, por supuesto, tiene que ver de manera directa con quienes ejercen las labores de cuidado y de los espacios que ocupan en la ciudad, que son cada vez más excluyente para estos sectores y los orillan al encierro.

Es en las calles, el transporte público o los parques y jardines donde se detecta la facilidad o las restricciones a las que se enfrentan diferentes grupos sociales —en este caso, niños, ancianos, mujeres, enfermos y discapacitados— para acceder a ellos de manera cotidiana. Se advierten experiencias de confianza y desconfianza, violencia, inseguridad y miedo, así como dificultades para moverse. Será, por lo tanto, en el espacio público donde se permita su inclusión y desenvolvimiento.

Camarena (2017) sugiere que la plena integración de niños y ancianos (en cuanto a los cuidados que reciben) implica una capacidad de variedad y de adaptación social. Estos cuidados se convierten en un bien público indicativo de la calidad de las relaciones sociales en la ciudad en todas sus escalas. Así, una ciudad que se esmera en los cuidados generará un sentimiento de cuidado colectivo que, si se desatiende, se perderá, en detrimento de la vida de sus habitantes. Esto es, sin una ciudad cuidadora, mujeres, niños y ancianos perecen más rápido, y se vuelven más vulnerables por su edad y su condición de género.

Los cuidados son la muestra de la capacidad de sostenimiento y resiliencia como un cuerpo social, y son un indicador social, no uniforme, de la cohesión social que se experimenta en todo el conjunto de la ciudad; son el balance entre demandas y soluciones dadas a los problemas de integración social, que se traducen en el ámbito gubernamental en políticas de desarrollo social principalmente. Estas últimas, no obstante, no se han adaptado a la diversidad de situaciones que enfrentan quienes demandan apoyos de cuidados, así como a las circunstancias espaciales de la vida urbana.

Los costos de los cuidados

En términos del desarrollo económico, la responsabilidad de las mujeres en las labores de cuidado ha significado un mundo público autónomo, aparentemente desligado de la vida humana; es decir, otorga la libertad económica a los hombres, “mismas que solo pueden existir porque sus necesidades básicas —individuales y sociales, físicas y emocionales— quedan cubiertas con la actividad no retribuida de las mujeres. De esta manera, la economía del cuidado sostiene la vida humana, ajusta las tensiones entre los diversos sectores de la economía y, como resultado, se constituye en la base del edificio económico” (Ibarretxe y Arteaga, 2004: 35).

Como una primera premisa, la economía de los cuidados implica una diversidad de formas del trabajo de las mujeres, en donde es evidente que los salarios familiares no son suficientes para su sostenimiento, por lo que hace necesarias muchas horas de trabajo no remunerado para asegurar la subsistencia de sus miembros. La insuficiencia de servicios de cuidados infantiles o centros de atención de personas ancianas o enfermas también repercute directamente en el aumento del tiempo de cuidado de las mujeres, quienes asumirán la parte de la actividad que el Estado deja de ofrecer (Cameron, 2004).

Individualmente, la mayoría de las mujeres sin otras alternativas no deciden libremente sobre su vida laboral y el cuidado, por lo que ajustan sus vidas a fin de lograr un equilibrio entre el trabajo y el hogar, e intentan compatibilizar todo para que sus familiares tengan la mayor calidad de vida posible.

Y, en este proceso, no solo se cuida a los niños, niñas o personas ancianas o enfermas, como suele mencionarse, sino también a los hombres adultos; estos últimos no necesariamente son personas con necesidades que satisfacer, y todo apunta a que es una obligación natural universal de las mujeres que implica para ellas costos monetarios directos, costos en tiempo de ocio, costos en desgaste de energías, en malestar, en renuncias. En consecuencia, los beneficios son hacia el modelo capitalista, pues estos costos ocultos no contabilizados representan trabajo gratuito de las mujeres (Cameron, 2004).

Algunas propuestas desde el diseño urbano

La necesidad de cambios fundamentales en algunos de los elementos más básicos de la ciudad moderna, como los patrones de zonificación, la planificación de barrios, los sistemas de transporte, la industria de la vivienda y la estructura de servicios sociales (Greed, 1997 citado en Valdivia, 2018), apunta a que, en el nivel micro (las viviendas y el entorno próximo) debe modificarse el tipo de trazado de las calles, las densidades y el diseño de las viviendas, sobre lo cual durante años las mujeres han expresado su preocupación, así como por temas sociales como la delincuencia, la seguridad, el cuidado de niños y niñas, los problemas de tráfico y la accesibilidad.

Es preciso pensar en entornos que prioricen a las personas que van a utilizarlos; que los espacios estén adaptados a las diferentes necesidades de las personas y no que las personas se adapten a las condiciones del espacio.

La ciudad permite cuidar porque proporciona el soporte físico necesario para el desarrollo de todas las tareas de cuidados, desde hacer la compra y llevar a niños y niñas al colegio hasta acompañar a personas enfermas a los consultorios médicos.

Este soporte físico se concreta en espacios públicos con juegos infantiles para diferentes edades, con fuentes, baños públicos, vegetación, sombra, bancos, mesas y otros elementos, y con equipamientos y servicios próximos que apoyen las actividades. La ciudad cuidadora facilita la autonomía de las personas dependientes y además permite conciliar las diferentes esferas de la vida cotidiana.

Atender a las necesidades relacionadas con lo reproductivo no se traduce en una sectorización sexuada de los espacios, sino en preparar el espacio para una sociedad más justa y equitativa, en donde las obligaciones que hoy siguen asumiendo mayoritariamente las mujeres sean compartidas (Campos, 1996 citado en Valdivia, 2018).

También es fundamental hablar del tiempo y los espacios necesarios para el autocuidado de cada individuo, ya que es imposible tener una vida saludable y cuidar a otras personas si las mujeres no podemos cuidarnos a nosotras mismas.

Se destacan a continuación algunos criterios como indispensables para generar ciudades cuidadoras. Los espacios se deben planear considerando que sean:

Incluyentes: se expresan las necesidades y preocupaciones de todos los grupos involucrados, hayan o no participado.

Empáticos: se construyen soluciones posibles sobre los elementos valorados por todos los grupos sociales y comunidades involucrados.

Sostenibles: se fortalecen la permanencia y el justo aprovechamiento de los servicios ambientales y la resiliencia social.

Disfrutables: se busca enriquecer la calidad de la vida urbana en todas las intervenciones como un elemento relacionado con el devenir de los sujetos en lo cotidiano.

Factibles: se identifican los elementos mínimos que demuestran la posible realización de las intervenciones propuestas.

El diseño urbano se convierte en un medio para generar las condiciones necesarias de integración de diferentes grupos sociales en el conjunto de la ciudad; es decir, mejora la calidad de vida al promover la idea de generar espacios para el intercambio, la convivencia y la promoción de las relaciones sociales (Flores, 2012: 102).

Por lo tanto, es posible, a través del diseño, promover la conservación de valores históricos, sociales y culturales que contribuyan a forjar la identidad y territorialidad, más que a la satisfacción visual. Se trata de promover experiencias entendiendo los procesos sociales de conformación de cada espacio. El diseño debe ser flexible, versátil y expresar la realidad individual y colectiva de sus habitantes.

Al respecto, otros autores (Sim, 2019) refieren otra serie de criterios para un entorno urbano habitable: diversidad de formas en el entorno construido; promover la diversidad en espacios abiertos y la flexibilidad de usos; entender la escala humana como un elemento clave de diseño; generar espacios caminables y de fácil acceso para todos; fomentar un sentido de identidad; generar microclimas agradables que propicien la permanencia de los usuarios; disminuir la huella de carbono y, finalmente, aprovechar las condiciones de biodiversidad del medio natural en el diseño con el uso de vegetación nativa del lugar.

Es preciso, por lo tanto, caminar hacia una planificación urbana que incluya políticas de vivienda bien localizadas y con todos los servicios e infraestructura necesarios: sistemas de transporte, equipamiento y mobiliario urbano que favorezcan la accesibilidad, la seguridad, el encuentro y la eficiencia de los usos del tiempo de acuerdo con las diferentes necesidades vitales de todas las personas. Se hace indispensable el trabajo transversal, transescalar e interdisciplinario, y verificar las propuestas siempre desde la proximidad (Muxi, 2011, en Arias y Muxi, 2018: 9).

El espacio público (entendido como la calle, la plaza, el jardín…) será el ámbito político donde se promuevan principalmente la convivencia, la solidaridad y el encuentro, en donde se cocinen relaciones recíprocas de respeto y apropiación; esto es, el lugar idóneo donde se construya ciudanía e identidad. Esto facilitará acuerdos y modos de organización que respondan a condiciones de tradición y cultura, apelando nuevamente a que sea posible materializar acciones de intervención desde lo local, donde todos por igual tengan acceso a los beneficios que ofrece la ciudad en su conjunto.

Para ello se debe considerar la mirada del feminismo que desvele las diferentes realidades observadas en lo cotidiano de la vida de las mujeres y con ello avanzar en la igualdad en materia de cuidados.

 

InformeDe las urbes existentes a las ciudades cuidadoras. Seminario: Ciudad habitable para todas y todosEnsayos 2019–2022”Descargable desde el portal del PUEC:

https://www.puec.unam.mx/index.php/component/content/article/2399-de-las-urbes-existentes-a-las-ciudades-cuidadoras.html?catid=44&Itemid=101

 

 


Autora: Celia Elizabeth Caracheo Miguel

Foto: Depositphoto/ICS Comunicación

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